Martín de Tours, nació en Hungría hace casi 1700 años, allá por el año 316. Recibió su educación en Pavía, Italia, y aunque se sentía inclinado por la Religión, su padre que era tribuno militar, lo hizo entrar en la guardia imperial romana a la edad de 15 años, en la que sirvió a caballo, primero en Italia y luego en Galia (hoy Francia); de allí le vino el apodo de “Caballero”.
Cuando contaba con 21 años, un frío día de invierno entra la tropa romana a la ciudad de Amiens, Francia, y Martín encuentra cerca de la puerta de la ciudad a un mendigo tiritando de frío, a quien da la mitad de su capa, pues la otra mitad pertenece al ejército romano. En la noche siguiente, Cristo se le aparece vestido con la media capa para agradecerle su gesto, diciéndole: "Hoy me cubriste con tu manto".
Martín decide entonces dejar el ejército romano y servir a Dios, lo cual no puede hacer de inmediato, al negarle su licencia de retiro el emperador, el César Juliano. Cuando las legiones romanas se alistaban para entrar en combate contra los invasores bárbaros, Juliano pasaba delante de las legiones alineadas en perfecto orden, dando un incentivo económico a cada soldado. Aproximándose a Juliano, Martín le dijo: "Hasta ahora, César, he luchado por ti; permite que ahora luche por Dios. El que tenga intención de continuar siendo soldado que acepte tu donativo; yo soy soldado de Cristo, no me es lícito seguir en el ejército".
Juliano no permitiría entre sus tropas ni la deserción ni la disensión. Lo podría mandar a ejecutar, pero Martín era apreciado por los soldados y hacerlo bajaría la moral y ocasionaría descontento en la tropa en la víspera de la batalla, por lo que prefirió desacreditar a Martín diciéndole con voz potente: "Los bárbaros nos atacarán mañana y hemos de responder con contundencia, la seguridad del Imperio peligra. Tu actitud, querido Martín, parece que está más motivada por el miedo que por tus convicciones religiosas. Dices ser cristiano, es decir, cobarde. Tienes miedo de enfrentarte al enemigo".
Lleno del Espíritu de Dios, Martín respondió: "Mañana, al amanecer, cuando sitúes tus legiones en orden de combate, déjame en primera línea, sin armas, sin escudo y sin casco y me internaré tranquilo en las filas enemigas. Así te probaré mi valor y mi fidelidad y te demostraré que el miedo que tengo no es a morir sino a derramar la sangre de otros hombres".
Así se acordó. Increíblemente, por la mañana los bárbaros pidieron la paz y se rindieron. Las crónicas oficiales anotaron que los bárbaros no se atrevieron a enfrentarse a la pericia militar de Juliano. Pero algunos legionarios afirmaron que lo que realmente les espantó fue el haber sabido, gracias a sus espías, que los romanos estaban tan seguros de la victoria que había soldados que acudirían al combate sin armas. Juliano no tuvo más remedio que permitirle a Martín dejar la vida militar.
Inmediatamente después, Martín se bautiza y se une a los discípulos de San Hilario en la ciudad de Poitiers. Al cabo de unos años se retiró a una pequeña isla cerca de Génova, llevando una vida de silencio, oración, estudio de las Sagradas Escrituras, meditación y austeridad, como ermitaño. Pero San Hilario le pidió que regresara a Poitiers y allí San Martín fundó el primer monasterio que hubo en Francia, en la localidad de Ligugé.
Los habitantes de los alrededores consiguieron por sus oraciones y bendiciones, muchas curaciones y prodigios. Cuando después le preguntaban qué profesiones había ejercido respondía: "fui soldado por obligación y por deber, y monje por inclinación y para salvar mi alma".
Un día fue invitado a Tours con el pretexto de que lo necesitaba un enfermo grave, pero era que el pueblo quería elegirlo obispo. Apenas estuvo en la catedral toda la multitud lo aclamó como obispo de Tours, pero Martín, por humildad, se escapó y se ocultó en un escondrijo, pero fue delatado por el ruido de un ganso que no paraba de dar graznidos. Allí lo encontraron y por más que él se declarara indigno de recibir ese cargo, lo obligaron a aceptar. Por eso en algunas estampas se representa un ganso al lado del santo. Así, en el año 370 es consagrado obispo de Tours (Francia).
Uno de sus primeros actos fue fundar otro monasterio, el de Marmoutiers, que rápidamente contó con 80 monjes. Durante su ministerio en Tours luchó contra el paganismo, la adoración a falsos ídolos y contribuyó especialmente en la divulgación de la fe cristiana, aunque esto no siempre le fue fácil.
Recorrió todo el territorio de su diócesis dejando en cada pueblo un sacerdote. Él fue fundador de las parroquias rurales en Francia. Dice San Sulpicio, su biógrafo y discípulo, que la gente se admiraba al ver a Martín siempre de buen genio, alegre y amable. Que en su trato empleaba la más exquisita bondad con todos.
En los 27 años que fue obispo se ganó el cariño de todo su pueblo, y su caridad era inagotable con los necesitados. Los únicos que no lo querían eran ciertos tipos que querían seguir viviendo con sus vicios, pero el santo no los dejaba. De uno de ellos, que inventaba toda clase de cuentos contra San Martín, porque éste le criticaba sus malas costumbres, dijo el santo cuando le aconsejaron que lo debía hacer castigar: "Si Cristo soportó a Judas, ¿por qué no he de soportar yo a este que me traiciona?".
Con varios empleados oficiales tuvo fuertes discusiones, porque torturaban a los prisioneros para que declararan sus delitos. Nuestro santo se oponía totalmente a esto, y aunque por ello se ganó la enemistad de altos funcionarios, no permitía la tortura.
Martín supo por revelación cuándo le iba a llegar la muerte y comunicó la noticia a sus numerosos discípulos. Estos se reunieron junto a su lecho de enfermo y le suplicaban llorando: "¿Te alejas padre de nosotros, y nos dejas huérfanos y solos y desamparados?". En respuesta, el santo mira hacia el cielo y ora: "Señor, si en algo puedo ser útil todavía, no rehusó ni rechazo cualquier trabajo y ocupación que me quieras mandar".
Pero Dios decidió que ya había trabajado y sufrido bastante y se lo llevó a que recibiera en el cielo el premio por sus grandes labores en la tierra. Falleció en Candes, Francia, en el año 397, a la edad de 81.
El medio manto de San Martín (el que cortó con la espada para dar al pobre) fue guardado en una urna y se le construyó un pequeño santuario para guardar esa reliquia. Como en latín para decir "medio manto" se dice "capilla", la gente decía: "Vamos a orar donde está la capilla". Y de ahí viene el nombre de capilla, que se da a los pequeños salones que se hacen para orar.
Es patrono de los soldados, tejedores y fabricantes textiles. Patrono de Francia, de Hungría y de las ciudades de Utrecht en Holanda y Buenos Aires, Argentina, entre muchas otras. En México, es patrono de Acayucan, San Martín Texmelucan y Tixtla de Guerrero. Santo muy venerado en todo el mundo, tiene bajo su patronazgo miles de parroquias a lo largo de Europa y América Latina.
A continuación le dejo la siguiente lectura para meditar de las Cartas de Sulpicio Severo (Carta 3, 6. 9-10, 11. 14-17, 21: SC 133, 336-344)
MARTÍN, POBRE Y HUMILDE
Martín conoció con mucha antelación su muerte y anunció a sus hermanos la proximidad de la disolución de su cuerpo. Entretanto, por una determinada circunstancia, tuvo que visitar la diócesis de Candes. Existía en aquella Iglesia una desavenencia entre los clérigos, y, deseando él poner paz entre ellos, aunque sabía que se acercaba su fin, no dudó en ponerse en camino, movido por este deseo, pensando que si lograba pacificar la Iglesia sería éste un buen colofón a su vida.
Permaneció por un tiempo en aquella población o comunidad, donde había establecido su morada. Una vez restablecida la paz entre los clérigos, cuando ya pensaba regresar a su monasterio, de repente empezaron a faltarle las fuerzas; llamó entonces a los hermanos y les indicó que se acercaba el momento de su muerte. Ellos, todos a una, empezaron a entristecerse y a decirle entre lágrimas:
«¿Por qué nos dejas, padre? ¿A quién nos encomiendas en nuestra desolación? Invadirán tu grey lobos rapaces; ¿Quién nos defenderá de sus mordeduras, si nos falta el pastor? Sabemos que deseas estar con Cristo, pero una dilación no hará que se pierda ni disminuya tu premio; compadécete más bien de nosotros, a quienes dejas».
Entonces él, conmovido por este llanto, lleno como estaba siempre de entrañas de misericordia en el Señor, se cuenta que lloró también; y, vuelto al Señor, dijo tan sólo estas palabras en respuesta al llanto de sus hermanos:
«Señor, si aún soy necesario a tu pueblo, no rehuyó el trabajo; hágase tu voluntad».
¡Oh varón digno de toda alabanza, nunca derrotado por las fatigas ni vencido por la tumba, igualmente dispuesto a lo uno y a lo otro, que no tembló ante la muerte ni rechazó la vida! Con los ojos y las manos continuamente levantados al cielo, no cejaba en la oración; y como los presbíteros, que por entonces habían acudido a él, le rogasen que aliviara un poco su cuerpo cambiando de posición, les dijo:
«Dejad, hermanos, dejad que mire al cielo y no a la tierra, y que mi espíritu, a punto ya de emprender su camino, se dirija al Señor».
Dicho esto, vio al demonio cerca de él, y le dijo:
«¿Por que estás aquí, bestia feroz? Nada hallarás en mí, malvado; el seno de Abrahán está a punto de acogerme». Con estas palabras entregó su espíritu al cielo. Martín, lleno de alegría, fue recibido en el seno de Abrahán; Martín, pobre y humilde, entró en el cielo, cargado de riquezas.
MARTÍN, POBRE Y HUMILDE
Martín conoció con mucha antelación su muerte y anunció a sus hermanos la proximidad de la disolución de su cuerpo. Entretanto, por una determinada circunstancia, tuvo que visitar la diócesis de Candes. Existía en aquella Iglesia una desavenencia entre los clérigos, y, deseando él poner paz entre ellos, aunque sabía que se acercaba su fin, no dudó en ponerse en camino, movido por este deseo, pensando que si lograba pacificar la Iglesia sería éste un buen colofón a su vida.
Permaneció por un tiempo en aquella población o comunidad, donde había establecido su morada. Una vez restablecida la paz entre los clérigos, cuando ya pensaba regresar a su monasterio, de repente empezaron a faltarle las fuerzas; llamó entonces a los hermanos y les indicó que se acercaba el momento de su muerte. Ellos, todos a una, empezaron a entristecerse y a decirle entre lágrimas:
«¿Por qué nos dejas, padre? ¿A quién nos encomiendas en nuestra desolación? Invadirán tu grey lobos rapaces; ¿Quién nos defenderá de sus mordeduras, si nos falta el pastor? Sabemos que deseas estar con Cristo, pero una dilación no hará que se pierda ni disminuya tu premio; compadécete más bien de nosotros, a quienes dejas».
Entonces él, conmovido por este llanto, lleno como estaba siempre de entrañas de misericordia en el Señor, se cuenta que lloró también; y, vuelto al Señor, dijo tan sólo estas palabras en respuesta al llanto de sus hermanos:
«Señor, si aún soy necesario a tu pueblo, no rehuyó el trabajo; hágase tu voluntad».
¡Oh varón digno de toda alabanza, nunca derrotado por las fatigas ni vencido por la tumba, igualmente dispuesto a lo uno y a lo otro, que no tembló ante la muerte ni rechazó la vida! Con los ojos y las manos continuamente levantados al cielo, no cejaba en la oración; y como los presbíteros, que por entonces habían acudido a él, le rogasen que aliviara un poco su cuerpo cambiando de posición, les dijo:
«Dejad, hermanos, dejad que mire al cielo y no a la tierra, y que mi espíritu, a punto ya de emprender su camino, se dirija al Señor».
Dicho esto, vio al demonio cerca de él, y le dijo:
«¿Por que estás aquí, bestia feroz? Nada hallarás en mí, malvado; el seno de Abrahán está a punto de acogerme». Con estas palabras entregó su espíritu al cielo. Martín, lleno de alegría, fue recibido en el seno de Abrahán; Martín, pobre y humilde, entró en el cielo, cargado de riquezas.
Parroquia de San Martín Caballero,
San Martín Texmelucan, Puebla, México
ORACIÓN
OREMOS, Renueva, Señor, en nosotros las maravillas de tu gracia, para que, al celebrar hoy la memoria de san Martín, obispo, que te glorificó, tanto con su vida como con su muerte, nos sintamos de tal modo fortalecidos, que ni la vida ni la muerte puedan separarnos de tu amor. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén
¡VIVA CRISTO REY!
¡VIVA SANTA MARÍA DE GUADALUPE!
Cristobal Yair Torres Vega C. C. R
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