martes, 23 de septiembre de 2014

Memoria de San Pio de Pietrelcina


En la vida te podrás preguntar: ¿Qué es el amor? ¿Quién lo ha inventado? ¿Para que existe?, estas y otras más formularas para saber más acerca de este tema pero, solamente podremos llegar al conocimiento de esto a base de vivir experiencias con este. Pero, ¿Cómo es este posible? Si, esto es posible si amas de verdad. A lo largo de tu vida, quizás escucharas mil versiones sobre lo que es el amor, pero como ya lo he comentado solo a través de la experiencia llegaras al conocimiento de este. Y es así como hoy, un santo experimento la más grande expresión de amor. Si, hoy quiero hablarte sobre San Pio de Pietrelcina, hombre que a través del conocimiento del amor que solo Dios nos puede dar de una manera absoluta por medio de su vivir, nos da testimonio de este amor que lo abarca todo. Veamos un poco de su vida…




Nacido en 1887, San Pío de Pietrelcina, sacerdote capuchino, es el fraile de las llagas, que se santificó viviendo a fondo en carne propia el misterio de la cruz de Cristo y cumpliendo en plenitud su vocación de colaborador en la Redención. En su ministerio sacerdotal ayudó a miles de fieles de todo el mundo, principalmente mediante la dirección espiritual, la reconciliación sacramental y la celebración de la eucaristía. Juan Pablo II lo beatificó el día 2 de mayo de 1999, y lo canonizó el 16 de junio de 2002, estableciendo que se celebre su fiesta el 23 de septiembre, aniversario de su muerte (1968).

Así es, este gran santo llego al amor de Dios por su participación dentro de la misión de Cristo, el intenso pedirle a Dios, el deseo por experimentar la pasión de Cristo, fue lo que lo llevo a que obtuviera los estigmas de Jesucristo y llevar a plenitud su vocación al servicio de Dios por medio del servicio a los demás. 
Les dejo la siguiente reflexión tomada de las Homilías de san Gregorio Magno, papa, sobre los evangelios (en el Mundo, pero no del mundo). 
Mi intención es exhortaros a dejar todas las cosas, pero sin excederme. Si no podéis abandonar todas las cosas del mundo, por lo menos retenedlas de manera que no seáis vosotros retenidos en el mundo; las cosas terrenas han de ser poseídas, no han de poseernos ellas a nosotros; vuestras pertenencias han de estar bajo el dominio de la mente, sin dejar que vuestro espíritu se halle dominado por el amor de las cosas, ya que entonces caería él bajo el dominio de las mismas.

Por tanto, usad de las cosas de la tierra, pero que vuestro deseo tienda a las que son eternas; las cosas temporales sean una ayuda en vuestro peregrinar, las eternas el término deseado de esta peregrinación. Todos los acontecimientos del mundo han de ser mirados como de soslayo. Miremos, en cambio, de frente con los ojos de nuestro espíritu la meta hacia la cual caminamos.

Extirpemos de raíz nuestras malas costumbres, arrancándolas, no sólo de nuestro obrar, sino también de nuestro afecto. Que no nos aparten del convite eterno ni los deseos carnales, ni las preocupaciones absorbentes, ni el fuego de la ambición, sino que las cosas que hacemos en este mundo, aun las que son honestas, hagámoslas como de pasada, y así las cosas terrenales que nos causan placer de tal manera serán una ayuda para nuestro cuerpo que no obstaculizarán a nuestro espíritu.
Por esto, hermanos, no nos atrevemos a deciros que abandonéis todas las cosas; no obstante, si queréis, aun reteniéndolas, las abandonáis, cuando de tal modo gestionáis las cosas terrenas que no por ello dejáis de tender con todo vuestro corazón a las eternas. Pues usa del mundo, mas como si no usara de él, toda persona que se sirve de las cosas necesarias para su vida exterior y, con todo, no se deja dominar por ellas en lo interior, de tal modo que sirvan a lo de afuera sin debilitar las tendencias internas hacia lo de arriba. Para los que así obran, las cosas terrenas no son objeto de deseo, sino un mero instrumento del que se sirven. Que ninguna, pues, de las cosas de este mundo reprima el deseo de vuestro espíritu, que no os veáis enredados en el deleite que ellas procuran.
Si deseamos el bien, que nuestro espíritu se deleite en los bienes superiores, esto es, los celestiales. Si tememos el mal, pensemos en los males eternos y así, recordando dónde está el bien más deseable y el mal más temible, no dejaremos que nuestro corazón se apegue a las cosas de aquí abajo.

Para lograr esto, contamos con la ayuda del que es mediador entre Dios y los hombres; por su mediación lo alcanzaremos todo prontamente, si estamos inflamados de amor hacia él, que vive y reina con el Padre y el Espíritu Santo, y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
Hermanos yo los exhorto a que no tengamos apego a nada de este mundo, ya que no somos de este mundo, tenemos una misión, pero no por eso debemos buscar retener cosas materiales, venimos a este mundo sin nada, y saldremos de este mundo sin nada. Busquemos encontrar el amor perfecto de Dios, que es el único capaz de llevarnos hacía la plenitud, la felicidad. El amor está en la naturaleza del hombre, el que no ama está en contra de su propia naturaleza.
Oremos
Tú, Señor, que concediste a san Pío de Pietrelcina el don de imitar con fidelidad a Cristo pobre y humilde, concédenos también a nosotros, por intercesión de este santo, la gracia de que, viviendo fielmente nuestra vocación, tendamos hacia la perfección que nos propones en la persona de tu Hijo. Él, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén



¡VIVA CRISTO REY!
¡VIVA SANTA MARÍA DE GUADALUPE!

Cristobal Yair Torres Vega CCR



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