¡VIVA CRISTO REY!
La Juventud de hoy pide JUSTICIA. La Juventud de hoy pide LA PAZ.
A tan solo unos días de que se lleve a cabo la XXXII Peregrinación al Cerro del Cubilete en la ciudad de Silao, Guanajuato. Los jóvenes de este país acuden con prontitud y con una respuesta positiva y favorable para orar de rodillas ante el Rey de universo, en busca de lo que el mundo no les permite escuchar, debido al ruido que cada día lo causa. Seguimos en mundo que hace mucho ruido y no le permite a los jóvenes escuchar la voz de Dios, y tal parece ser que esto sigue aumentando, a tal grado, que si el hombre no escucha la voz de Dios, puede llegar a perderse en sus propias pasiones.
Es por ello, que se acerca con toda confianza a su Padre para escuchar el mensaje que le tiene preparado, y con mucha disposición el joven escucha. Porque a través del tiempo, la juventud siempre ha jugado un papel importante dentro de la sociedad, para marcar el camino por el cual, el hombre debe seguir para no ocasionar su propia destrucción.
Y es por esto que ahora, debemos prepararnos para estar en absoluta disposición, y firmes en el propósito de cumplir cuanto escuchemos de lo que nos tiene preparado. Porque así lograremos cumplir la voluntad de Dios, que lo único que desea es el propio bien de cada hombre, en comunión junto a Él.
Pero, ¿Cómo lo vamos hacer? Se debe estar en estado de gracia, acudiendo frecuentemente al Sacramento de la Reconciliación y si queremos tener una comunicación efectiva con Él, se tiene que buscar donde realmente se encuentra, y es a través de la Eucaristía. Milagro que permanece vigente para toda la eternidad y por el cual se habla directamente con Jesús.
Estos Sacramentos ayudan a disminuir o a erradicar el ruido que genera el mundo, que le impide acercarse a su Padre.
Es por esto hermanos que ahora hagamos la siguiente meditación de las cartas de san Juan Bosco, presbítero(Epistolario, Turín 1959, 4, 201-203)
TRABAJÉ SIEMPRE CON AMOR
Si de verdad buscamos la auténtica felicidad de nuestros alumnos y queremos inducirlos al cumplimiento de sus obligaciones, conviene ante todo que nunca olvidéis que hacéis las veces de padres de nuestros amados jóvenes, por quienes trabajé siempre con amor, por quienes estudié y ejercí el ministerio sacerdotal, y no sólo yo, sino toda la Congregación salesiana.
¡Cuántas veces, hijos míos, durante mi vida, ya bastante prolongada, he tenido ocasión de convencerme de esta gran verdad! Es más fácil enojarse que aguantar, amenazar al niño que persuadirlo; añadiré incluso que, para nuestra impaciencia y soberbia, resulta más cómodo castigar a los rebeldes que corregirlos, soportándolos con firmeza y suavidad a la vez.
Os recomiendo que imitéis la caridad que usaba Pablo con los neófitos, caridad que con frecuencia los llevaba a derramar lágrimas y a suplicar, cuando los encontraba poco dóciles y rebeldes a su amor.
Guardaos de que nadie pueda pensar que os dejáis llevar por los arranques de vuestro espíritu. Es difícil, al castigar, conservar la debida moderación, la cual es necesaria para que en nadie pueda surgir la duda de que obramos sólo para hacer prevalecer nuestra autoridad o para desahogar nuestro mal humor.
Miremos como a hijos a aquellos sobre los cuales debemos ejercer alguna autoridad. Pongámonos a su servicio, a imitación de Jesús, el cual vino para obedecer y no para mandar, y avergoncémonos de todo lo que pueda tener incluso apariencia de dominio; si algún dominio ejercemos sobre ellos, ha de ser para servirlos mejor.
Éste era el modo de obrar de Jesús con los apóstoles, ya que era paciente con ellos, a pesar de que eran ignorantes y rudos, e incluso poco fieles; también con los pecadores se comportaba con benignidad y con una amigable familiaridad, de tal modo que era motivo de admiración para unos, de escándalo para otros, pero también ocasión de que muchos concibieran la esperanza de alcanzar el perdón de Dios. Por esto nos mandó que fuésemos mansos y humildes de corazón.
Son hijos nuestros, y por esto, cuando corrijamos sus errores, hemos de deponer toda ira o, por lo menos, dominarla de tal manera como si la hubiéramos extinguido totalmente.
Mantengamos sereno nuestro espíritu, evitemos el desprecio en la mirada, las palabras hirientes; tengamos comprensión en el presente y esperanza en el futuro, como conviene a unos padres de verdad, que se preocupan sinceramente de la corrección y enmienda de sus hijos.
En los casos más graves, es mejor rogar a Dios con humildad que arrojar un torrente de palabras, ya que éstas ofenden a los que las escuchan, sin que sirvan de provecho alguno a los culpables.
Y es por esto que ahora, debemos prepararnos para estar en absoluta disposición, y firmes en el propósito de cumplir cuanto escuchemos de lo que nos tiene preparado. Porque así lograremos cumplir la voluntad de Dios, que lo único que desea es el propio bien de cada hombre, en comunión junto a Él.
Pero, ¿Cómo lo vamos hacer? Se debe estar en estado de gracia, acudiendo frecuentemente al Sacramento de la Reconciliación y si queremos tener una comunicación efectiva con Él, se tiene que buscar donde realmente se encuentra, y es a través de la Eucaristía. Milagro que permanece vigente para toda la eternidad y por el cual se habla directamente con Jesús.
Estos Sacramentos ayudan a disminuir o a erradicar el ruido que genera el mundo, que le impide acercarse a su Padre.
Es por esto hermanos que ahora hagamos la siguiente meditación de las cartas de san Juan Bosco, presbítero(Epistolario, Turín 1959, 4, 201-203)
TRABAJÉ SIEMPRE CON AMOR
Si de verdad buscamos la auténtica felicidad de nuestros alumnos y queremos inducirlos al cumplimiento de sus obligaciones, conviene ante todo que nunca olvidéis que hacéis las veces de padres de nuestros amados jóvenes, por quienes trabajé siempre con amor, por quienes estudié y ejercí el ministerio sacerdotal, y no sólo yo, sino toda la Congregación salesiana.
¡Cuántas veces, hijos míos, durante mi vida, ya bastante prolongada, he tenido ocasión de convencerme de esta gran verdad! Es más fácil enojarse que aguantar, amenazar al niño que persuadirlo; añadiré incluso que, para nuestra impaciencia y soberbia, resulta más cómodo castigar a los rebeldes que corregirlos, soportándolos con firmeza y suavidad a la vez.
Os recomiendo que imitéis la caridad que usaba Pablo con los neófitos, caridad que con frecuencia los llevaba a derramar lágrimas y a suplicar, cuando los encontraba poco dóciles y rebeldes a su amor.
Guardaos de que nadie pueda pensar que os dejáis llevar por los arranques de vuestro espíritu. Es difícil, al castigar, conservar la debida moderación, la cual es necesaria para que en nadie pueda surgir la duda de que obramos sólo para hacer prevalecer nuestra autoridad o para desahogar nuestro mal humor.
Miremos como a hijos a aquellos sobre los cuales debemos ejercer alguna autoridad. Pongámonos a su servicio, a imitación de Jesús, el cual vino para obedecer y no para mandar, y avergoncémonos de todo lo que pueda tener incluso apariencia de dominio; si algún dominio ejercemos sobre ellos, ha de ser para servirlos mejor.
Éste era el modo de obrar de Jesús con los apóstoles, ya que era paciente con ellos, a pesar de que eran ignorantes y rudos, e incluso poco fieles; también con los pecadores se comportaba con benignidad y con una amigable familiaridad, de tal modo que era motivo de admiración para unos, de escándalo para otros, pero también ocasión de que muchos concibieran la esperanza de alcanzar el perdón de Dios. Por esto nos mandó que fuésemos mansos y humildes de corazón.
Son hijos nuestros, y por esto, cuando corrijamos sus errores, hemos de deponer toda ira o, por lo menos, dominarla de tal manera como si la hubiéramos extinguido totalmente.
Mantengamos sereno nuestro espíritu, evitemos el desprecio en la mirada, las palabras hirientes; tengamos comprensión en el presente y esperanza en el futuro, como conviene a unos padres de verdad, que se preocupan sinceramente de la corrección y enmienda de sus hijos.
En los casos más graves, es mejor rogar a Dios con humildad que arrojar un torrente de palabras, ya que éstas ofenden a los que las escuchan, sin que sirvan de provecho alguno a los culpables.
ORACIÓN
Oh Cristo Jesús, Yo os reconozco como Rey universal, todo cuanto existe de vos ha recibido el ser, ejerced sobre mi todo vuestros derechos. Renuncio a satanás, a sus pompas y a sus obras y os ofrezco vivir como buen cristiano. Me esforzare muy particularmente, en hacer triunfar en cuanto pueda los derechos de Dios y de vuestra iglesia. Os ofrezco oh Cristo Rey, mis pobres acciones para alcanzar que todos los corazones reconozcan vuestro amorisísimo reinado y de ese modo se establezca en el mundo el reino de vuestra paz.
¡Viva Cristo Rey de la paz en mi corazón, en mi casa, en mi patria y en todo el mundo. AMÉN!
¡VIVA CRISTO REY!
¡VIVA SANTA MARÍA DE GUADALUPE!
¡VIVA MÉXICO CATÓLICO!
Cristobal Yair Torres Vega C. C. R